Wednesday, June 23, 2021

Dictadura y campamento en la playa

 

 

Estábamos los cuatro en nuestros tardíos veinte, cuando una noche decidimos irnos a Punta Brava, en Falcón.

Los preparativos y logística los dejamos para la mañana siguiente antes de arrancar en la camioneta del cabezón Rojas. 

Ahí comenzó el proceso de discusión.  Mi mujer y yo éramos minimalistas en esa época. Ya habíamos acampado en otras partes, teníamos un carro pequeño y estábamos acostumbrados a ir con lo justo. 

El cabezón y la mujer eran más bien maximalistas. Querían llevar de todo. 

La discusión comenzó a ponerse pesada.

De las palabras pasamos a las caras congestionadas y a los gritos.  

Que si ir a comprar la gasolina sin plomo a Puente de Hierro para la cocina Primus y la lámpara...

Que no, que porque mejor no llevar solo pan, atún de lata, jamón y queso...

Que si llevamos las ollas y el anafe...

Que no, que eso es muy complicado, que la carne a la parrilla se llena de arena por el viento de la playa...

El caos cundió dentro de la camioneta...

 

Entonces se me ocurrió la idea clave que salvó el viaje. Sobreponiéndome a las voces que discutían acaloradas:

- Oigan, vamos a hacer una cosa - y dirigiéndome al cabezón, le dije - 

- Mira, te declaro DICTADOR del viaje para la playa, con autoridad exclusiva, plenipotenciaria y extraordinaria para organizar la comida, la bebida, la acampada y todo lo relacionado con el viaje.

En ese momento se le iluminó la cara con su sonrisa maracucha-cabimera.

-  Ahhh, ¿así es la verga? .... bueno, entonces vamos para la casa a recoger el mollejero.

Ya llevábamos algo en la camioneta, pero para lo normal de ellos, lo mínimo.

Resulta que al llegar a su casa embarcó en la camioneta ollas, sartenes, el anafe, el budare, sillas de playa, platos de peltre, cubiertos y un largo etcétera.  Puso la camioneta hasta el tope.

 

Creo que nunca hemos pasado un fin de semana de playa tan opíparo y memorable.

El cabezón hizo cachapas, arepas, sancocho de pescado, parrillada, chinchurria, morcilla, chorizo, yuca frita y algunas cosas mas.

 



 

Mientras los demás disfrutábamos  explorando la multicolor fauna marina del arrecife de coral con las caretas y tubos respiradores, caminando por la playa, dejándonos flotar perezosamente en la orilla del mar, durmiendo la siesta en una hamaca y admirando la luna llena o cuando esta no estaba, la Osa Mayor y las demás constelaciones del norte, el cabezón se pasó los tres días del fin de semana largo en la cocina del campamento.

 

El último día, haciendo "sobremesa", mi mujer inquisitiva:

- Chico, ¿por qué tú te martirizas tanto, por qué tanto trabajo y tanto esfuerzo con la comida? ¿Por qué no te relajas y disfrutas del mar?

Su respuesta emergió desde las profundidades de un triste sentimiento de desánimo:

- Es que a mí no me gusta la playa.



 

 

 

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