Sunday, December 20, 2020

El Flaco y sus clases de Termodinámica

El Flaco llegó a trabajar a la misma Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes unos meses después que yo había abierto el camino a los caraqueños.

Como yo, el Flaco cayó a compartir con un grupo de estudiantes guaros (barquisimetanos) el apartamento de la Avenida Tres Independencia con la calle 34 Flores, donde estaba el Restaurant Vuelvan Caras.  Ahí mismo, donde Matraca (nuestro amigo maracayero Nelson, en cristiano) sufrió el episodio de la "carne con papas para ticket" del mesonero gocho.

Estos bachis (estudiantes de la ULA) y prepas (estudiantes preparadores o asistentes de profesores) eran particularmente bromistas y se lo pasaban ideando formas de vacilar a los recién llegados a vivir al apartamento.

El Flaco arrancaba clases a eso de las 7 am y como la Facultad le quedaba a escasa dos cuadras, acostumbraba irse a pie a golpe de 6 am, a preparar lo último de sus clases de Termodinámica I, en el cubículo del tercer piso del edificio principal.


A esa hora en Mérida aun no ha salido el sol, por lo que con la ciudad y el edificio aun a oscuras los vigilantes de la universidad, cobijados en los bancos de la entrada bajo sus gruesas ruanas, veían pasar al Flaco cada día sin preocuparse.

Ese día le costó levantarse más de lo normal, despertado por el reloj de la mesa de noche. El frío merideño apretaba.

Los vigilantes se quedaron extrañados porque el Flaco llegó a la Facultad más temprano que de costumbre. Él los oyó murmurar alguna sorpresa, pero no le dio importancia y siguió para la oficina.

Se instaló en su escritorio y dale al ciclo de Carnot, al principio de que la entropía aumenta constantemente y a la ecuación de la segunda ley de la termodinámica.  Cuando le dieron las 6.50 am, el Flaco se paró a desperezarse del escritorio y salió de la oficina con la tiza y el borrador listo para el salón de clases del piso de más abajo.

Pero aun no amanecía.

En Venezuela no hay estaciones marcadas, por lo que las diferencias en las horas de amanecer y atardecer son casi inexistentes a lo largo del año; si acaso algunos minutos.  Se resignó a esperar esos pocos minutos para la salida del sol y el comienzo de la clase.

Pero no pasaba nada.

Hacía más frío de lo normal.

Cuando pasó media hora, no salía el sol, no se aparecían sus estudiantes y con su reloj dando las 7.00 am se dio cuenta que había gato encerrado.

Bajó a consultar el reloj de la entrada de la Facultad y cayó en cuenta que eran las 3.00 am y que los bachis del apartamento le habían adelantado cuatro horas tanto el reloj-despertador, como el de pulsera.







 

 

 

 

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