Wednesday, December 23, 2020

Matraca, Omara Portuondo y los tickets de comedor.

Cuando llegamos a trabajar a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes, ya Matraca, nuestro amigo maracayero y basquetero Nelson (en cristiano) era un personaje en la estudiantil ciudad de Mérida.  



Lo habíamos conocido en la UCV en tiempos de la renovación de Ingeniería y se había venido a Mérida buscando mejores aires, quizás alentado por aquella famosa pinta en las paredes del rectorado de la ULA: 

"MERIDA ES DE PINGA, TODO EL MUNDO SINGA!! 


En ocasión de la actuación de la famosa cantante cubana Omara Portuondo en el Aula Magna de la ULA, Matraca se atrevió a subir a la tarima a bailar con ella y se llevó la ovación del público.

Matraca era un flaco humilde, moreno, bonachón y sonriente, que papeaba en el comedor de la ULA.  Dado que el comedor no cubría la demanda, la universidad, en esos tiempos rectorada por el inefable Perucho Rincón Gutiérrez, otorgaba lo que llamaban becas de comedor.  Estas se materializaban en unos tickets que los estudiantes cambiaban por comida en los modestos restaurantes "de hule" estudiantiles que abundaban en la ciudad a la par de casas de familia, llamadas ventas de comida, que también satisfacían las necesidades del sustento diario de los bachis (bachilleres, estudiantes).

Ese mediodía Matraca llegó al restaurant Vuelvan Caras, de la Avenida Tres Independencia con calle 34 Flores, y le dice todo tímido, apenado y casi susurrante al mesonero blanco, gordito, calvo, de bigotico lacio gocho:

- Oye...  tráeme una carne con papas... pero,.... (cuidadosamente tratando que nadie lo vea, con una vergüenza digna de mejor causa por tener que recurrir a los tickets de comedor, se saca del bolsillo de la camisa minuciosamente apenas como un centímetro del papelito, apenas mostrándoselo y lo vuelve a deslizar adentro)...  te voy a pagar con ticket,...  sabes...


Y el gocho solapado y traicionero, que se va la ventanita esa que hay entre el comedor y la cocina del restaurante y pega un grito estentóreo ahuecando la voz, con una inflexión de clarooscuro alargando la "e" final:

- SAAAAALE UNA CARNE CON PAPAS PARA TICKEEEET !!!!

 

 

 

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Sunday, December 20, 2020

El Flaco y sus clases de Termodinámica

El Flaco llegó a trabajar a la misma Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes unos meses después que yo había abierto el camino a los caraqueños.

Como yo, el Flaco cayó a compartir con un grupo de estudiantes guaros (barquisimetanos) el apartamento de la Avenida Tres Independencia con la calle 34 Flores, donde estaba el Restaurant Vuelvan Caras.  Ahí mismo, donde Matraca (nuestro amigo maracayero Nelson, en cristiano) sufrió el episodio de la "carne con papas para ticket" del mesonero gocho.

Estos bachis (estudiantes de la ULA) y prepas (estudiantes preparadores o asistentes de profesores) eran particularmente bromistas y se lo pasaban ideando formas de vacilar a los recién llegados a vivir al apartamento.

El Flaco arrancaba clases a eso de las 7 am y como la Facultad le quedaba a escasa dos cuadras, acostumbraba irse a pie a golpe de 6 am, a preparar lo último de sus clases de Termodinámica I, en el cubículo del tercer piso del edificio principal.


A esa hora en Mérida aun no ha salido el sol, por lo que con la ciudad y el edificio aun a oscuras los vigilantes de la universidad, cobijados en los bancos de la entrada bajo sus gruesas ruanas, veían pasar al Flaco cada día sin preocuparse.

Ese día le costó levantarse más de lo normal, despertado por el reloj de la mesa de noche. El frío merideño apretaba.

Los vigilantes se quedaron extrañados porque el Flaco llegó a la Facultad más temprano que de costumbre. Él los oyó murmurar alguna sorpresa, pero no le dio importancia y siguió para la oficina.

Se instaló en su escritorio y dale al ciclo de Carnot, al principio de que la entropía aumenta constantemente y a la ecuación de la segunda ley de la termodinámica.  Cuando le dieron las 6.50 am, el Flaco se paró a desperezarse del escritorio y salió de la oficina con la tiza y el borrador listo para el salón de clases del piso de más abajo.

Pero aun no amanecía.

En Venezuela no hay estaciones marcadas, por lo que las diferencias en las horas de amanecer y atardecer son casi inexistentes a lo largo del año; si acaso algunos minutos.  Se resignó a esperar esos pocos minutos para la salida del sol y el comienzo de la clase.

Pero no pasaba nada.

Hacía más frío de lo normal.

Cuando pasó media hora, no salía el sol, no se aparecían sus estudiantes y con su reloj dando las 7.00 am se dio cuenta que había gato encerrado.

Bajó a consultar el reloj de la entrada de la Facultad y cayó en cuenta que eran las 3.00 am y que los bachis del apartamento le habían adelantado cuatro horas tanto el reloj-despertador, como el de pulsera.







 

 

 

 

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