Monday, April 18, 2016

Casto Fermín


Casto Fermín le pegó el taco de billar en la nuca al sargento andino que le había mentado la madre y mientras corría para agarrar el monte, iba adquiriendo una cierta eventualidad de coronel revolucionario.

En efecto, cuando regresó a Carúpano, después de dos años de revolución, ya Casto era el centro de atención de una chusma armada con veleidades de tropa, en la cual no era muy claro quien mandaba a quien.

Y Analó preguntaba:

- Mire señor, que está pasando, ¿Qué le van a hacer a mi Papá? ¿Para donde lo llevan?

- No se preocupe mija, que su Papá es el Coronel Casto Fermín.




- Cuando le cobré al gocho y no me quiso pagar ni la hora de billar, ni las cervezas, ya me empecé a calentar.  Le reclamé y entonces me mentó la madre; ahí fue que le pegué el culo del taco por la cabeza...

- Dios mío, y ¿Ud. salió corriendo Papá?

- ¿Y Ud. es pendeja mija? ¿Y Ud. cree que estuviera aquí si no hubiera corrido?

- Ay, Papá, Ud. si tiene cosas.

- Y el ojo pelao, mija.  Una vez, había en la tropa un indiecito que me tenia tirria, porque yo lo había regañado delante de todo el personal.  Estábamos cerca de Los Barrancos, mas arribita de San Félix, por el Orinoco.  Nos habíamos emboscado entre unas yerbas como unas cañas, esperando a los muérganos del gobierno.  En eso me silbaron los oídos y me puse ojo avizor, y empecé a buscar con la vista al indiecito, porque sabía que el peligro era él.   Entonces lo vi, que me estaba apuntando.  El cabroncito no se había atrevido a tirarme.  Y ahí quedó...

- Ay, Papá, ¿Y qué pasó? ¿Y Ud. lo tiró a él?

- Ay, hija... ¿Y Ud. no me ve aquí? Entre ceja y ceja le pegué.

- Ay,... cristiano, Ave María Purísima...




- Señor Casto, venga a comer - anunciaba cantarina alguna de las mujeres de la casa saliendo de la cocina hacia el comedor.

- ¿Comer? ¿Otra vez? ¿Es que en esta casa no se piensa sino en comer?  ¡Carajo!

Y Casto se desabotonaba su profesión de revolucionario, la colgaba en el perchero, se sentaba a la mesa y ahí no quedaba pa' nadie.




Casto estuvo en nosecuantas revoluciones.  Tomó y perdió Carúpano como cuatro o cinco veces, llegó con una sola alpargata a batalla de La Victoria con la Revolución Libertadora de Manuel Antonio Matos, fue comisario de Los Roques y La Orchila, y al final se murió en su cama.

[Una de las veces que Analó contó la anécdota de que su papá había llegado a la Batalla de La Victoria con una sola alpargata, mi viejo le acotó que era costumbre en esa época que los mandos obligaban a la tropa a entrar en batalla con las tiras de las alpargatas sueltas.  De esa manera podían avanzar sin mayor dificultad manteniéndose calzados, pero se les dificultaba retroceder.  Al que cazaban sin alpargatas era porque estaba huyendo.]




Cuando Casto fue a Caracas ya viejo, acompañado al primo menor que venía en su viaje en busca de fortuna a la capital, la "magnificencia" de la ciudad de aquella época no lo engañaba.

El primo - mi viejo - le preguntaba:

- Casto, ¿Ud. no se ha fijado en la cantidad de mujeres bonitas que hay en Caracas?

- Hmmmm... ¿Y Ud. no se ha fijado que también hay mucho panteón retocao'?...

1974.






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