Friday, April 17, 2020

Colectivero.

Así les llaman en Buono Aire a los conductores de autobuses.

Camino a los laboratorios de la Comisión Nacional de Energía Atómica, abordé el 127 en la Estación Federico Lacroze, después de los reglamentarios: - MOMENTO... MOMENTO... - con ese característico acento nasal portenio de damas entradas en los 40, protestando al colectivero su apuro por la partida del ómnibus.

Era invierno y hacía ese frío mañanero bonaerense, que se le mete a uno por debajo de la ropa.

Contorneabamos por la derecha del alto muro del gigantesco cementerio de La Chacarita por la Avenida Guzmán, cuando el ómnibus se detuvo en el medio de la calle, sin motivo aparente.

La misteriosa parada me hizo desentenderme de El Gráfico, en el cual me informaba detalladamente del último 3-1 de Boca Juniors contra Estudiantes de La Plata, unas noches atrás, en cancha de Velez, por tener La Bombonera embargada por deudas.

La gente comenzó a inquietarse cuando se percató de que el colectivero discutía con un florista de acera, al otro lado de la calle.

El tipo de las flores se acercó al bus con un ramo de claveles rojos y el colectivero discutió y le exigió algo mas grande o mas bonito o mas barato, queseyo...

El florista volvió a cruzar la calle y preparó el nuevo encargo y se lo trajo al colectivero.

Yo estaba intrigado de como los portenios, a menudo impacientes, soportaban la inexplicable demora sin chistar. Y es que no me había dado cuenta que unos 50 metros mas adelante había un cruce de trenes y el ómnibus, de todos modos no podía avanzar.



















Una parada mas adelante estaba la explicación: una dama de edad madura y muy buen ver abordó el ómnibus con sonrisa amplia y mejillas sonrosadas, que yo no sabía si eran normales o se le habían encendido para la ocasión.

El colectivero le ofreció el ramo de claveles y estuvieron conversando durante unas dos o tres paradas, con la dama de pie al lado del torniquete.

Cuando ella descendió orgullosa con su ramo de claveles rojos, yo sentí que había aprendido algo sobre los amores sencillos.


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Friday, February 03, 2017

Niebla del Riachuelo.

Una triste tarde de domingo lluvioso del invierno sureño de 1984 tuve la oportunidad de caminar por la orilla del turbio fondeadero del Riachuelo de Buenos Aires. 

Salí a eso de las 2 pm, de mi, en ese entonces, modesto hotel Astoria en la Avenida de Mayo, rumbo a la estación de autobuses de Constitución para ir a la cancha de Vélez Sarsfield, donde Boca Juniors (por tener embargada La Bombonera) recibía a Estudiantes de La Plata.

Al preguntar al kiosquero por el bus para ir a Liniers:

¿A la cancha de Vélez? No querido, todos los partidos de la fecha están suspendidos por el mal estado de las canchas.  Y,... llovió toda la semana, ¿vio?

Entonces me fui en bus a la relativamente cercana calle Caminito, donde turistas brasileños murmuraban el tango epónimo de la calle; paseándose entre los atriles y cuadros de los pintores callejeros.

Después de recorrerla toda - algo no difícil dada su corta longitud - observé un extraño movimiento de tipos treintones que caminaban hacia la orilla del oscuro Riachuelo.  En un bote estrecho, tipo curiara amazónica, lo pasaban a uno por una módica suma, a Isla Maciel, humilde vecindario al otro lado del río, con presencia de prostitutas baratas, calles de tierra, algunos cafés donde gente entrada en edad jugaba cartas y tomaba vino.  A tres cuadras del desembarcadero se alzaba la vieja estructura metálica oxidada  de la sede del Club Atlético San Telmo de la tercera división en esa época.

A lo largo de la calle, desde las puertas de los burdeles, con una temperatura de algunos dos grados, las bonitas rubias en négligée nos llamaban a los caminantes:

- Vení lindo, vení querido...

Habiendo concluido mi recorrido turístico por uno de los barrios mas peligrosos, según algunos, del Gran Buenos Aires, me regresé caminado por la orilla del río hacia el centro.

Y ahí me tropecé por casualidad con el turbio fondeadero del conocido tango.

Viejos barcos, pequeños, grandes, de madera algunos, otros de metal oxidado, abandonados, amontonados, inclinados a diferentes ángulos en la orilla. Un padre o abuelo de gorra de visera estilo Lenín, con dos hijos o nietos, se las arreglaban, superando obstáculos diversos, para pasear por las cubiertas.

Era triste, gris, dramática la escena.  Muy bien reflejada por el tango de Juan Carlos Cobián y Ernesto Cadícamo.  




Turbio fondeadero donde van a recalar,
barcos que en el muelle para siempre han de quedar...
Sombras que se alargan en la noche del dolor;
náufragos del mundo que han perdido el corazón...
Puentes y cordajes donde el viento viene a aullar,
barcos carboneros que jamás han de zarpar...
Torvo cementerio de las naves que al morir,
sueñan sin embargo que hacia el mar han de partir...

¡Niebla del Riachuelo!..
Amarrado al recuerdo
yo sigo esperando...
¡Niebla del Riachuelo!...
De ese amor, para siempre,
me vas alejando...
Nunca más volvió,
nunca más la vi,
nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí...
esa misma voz que dijo: "¡Adiós!".

Sueña, marinero, con tu viejo bergantín,
bebe tus nostalgias en el sordo cafetín...
Llueve sobre el puerto, mientras tanto mi canción;
llueve lentamente sobre tu desolación...
Anclas que ya nunca, nunca más, han de levar,
bordas de lanchones sin amarras que soltar...
Triste caravana sin destino ni ilusión,
como un barco preso en la "botella del figón"...


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