Wednesday, February 23, 2005

Esas malas costumbres coperas



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Las antiguas y las nuevas mañas de la Copa Libertadores

Esas malas costumbres coperas

Lunes 5 de marzo de 2001

Juan Cristóbal Guarello
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En Perú amenazaron con envenenarle el agua a Universidad de Chile. Aunque suene increíble, el torneo continental ha visto esa trampa y otras mucho peores a lo largo de 41 años.

Cuando Mifflin, técnico de Sport Boys, lanzó su amenaza ("a la U le ganamos de cualquier manera, les envenenamos el agua si es necesario"), para muchos no pasó de una mala broma del peruano. Impresión reafirmada luego de que los azules ganaran 2-0 al cuadro del Callao. Para otros, sin embargo, estas palabras tuvieron el sabor añejo de la Copa Libertadores clásica. La que se valía de cualquier artimaña, maniobra o truco sucio para obtener un resultado.
Marco Cornez lo sabe muy bien. En 1979, Palestino viajó a Asunción para enfrentar a Olimpia en un encuentro decisivo por las semifinales. "El día del partido estaba todo normal, hicimos una siesta y nos levantamos para la charla técnica. Antes nos tomamos un café que prepararon en el hotel. Caupolicán Peña se puso a hablar y nos empezamos a quedar dormidos. Sólo Elías Figueroa, el único que no probó el café, quedó despierto. Nos habían envenenado con Valium". Y en la cancha, Olimpia derrotó 3-0 a un somnoliento cuadro tricolor.
Desde esa oportunidad, los chilenos viajan con la comida, el agua y cocinero. No comen ni siquiera los chocolates que ponen las mucamas cuando estiran las camas.
La "paliza previa" era otro clásico, con los uruguayos como artistas eximios. El sistema era fácil: cuando llega el bus al estadio Centenario y los jugadores se bajan para ir al camarín, aparecen varios tipos para meter unos cuantos combos a la pasada. No eran matones comunes y corrientes, se contrataba a boxeadores profesionales. Era tan bravo el asunto, que Estudiantes de La Plata llevó al campeón argentino medio pesado, José Menno, para que hiciera de guardaespaldas en la final contra Peñarol en 1970. Y Menno peleó contra seis pugilistas a la entrada de los camarines.
Convertir los vestuarios en un infierno también figura en la lista. Llega el visitante y los muros están pintados de negro, impacto sicológico. O hay un calor espantoso porque pusieron estufas prendidas durante horas. O no se puede hacer el calentamiento previo porque la puerta que da al pasillo está con candado y el encargado se escondió. En la Copa del 91, en las duchas de la Bombonera salía agua hirviendo y cortaron el agua fría. Los jugadores de Colo Colo casi se murieron de sed.
En Ecuador son especialistas del "tratamiento completo". Acosan al rival desde que llega al aeropuerto de Guayaquil. A Colo Colo en 1992, que enfrentaba a Barcelona, le apedrearon el bus (Hugo Rubio quedó herido con un vidrio); en el hotel no los dejaron dormir con bocinazos, tambores y gritos; a la llegada al estadio Isidro Romero les mostraron revólveres y los dirigentes fueron trompeados de lo lindo en el palco oficial. Esa vez Raúl Ormeño y el hincha Juan Carlos Gellona se pelearon contra 50 tipos que querían masacrar a toda la dirigencia alba.
El encargado de seguridad Juan Carlos Chandía, comando del Ejercito, recibió un combo tempranero y quedó nocaut. En la cancha, el asunto se definió antes de empezar. Claudio Borghi se acercó al árbitro Francisco Lamolina y le dijo: "Che, Lamolina, está brava la cosa". El espigado juez argentino le respondió un lapidario: "Ahhh, no sé, yo el partido lo saco como sea". Ganó Barcelona 2-0 con un penal dudoso y un gol en offside.
Sin embargo, la trampa más efectiva era y es comprarse a los árbitros. En 1973, Colo Colo fue saqueado en las tres finales contra Independiente de Avellaneda. En Buenos Aires, el uruguayo Milton Lorenzo expulsó a Sergio Ahumada sin motivo y validó un gol escandaloso de Mendoza (metió a Neff con pelota y todo). En Santiago, el brasileño Romualdo Arpi Fliho anuló un gol legítimo de Caszely. Y en Montevideo, José Romei, un paraguayo, vio a un metro cómo Perico Raymondo le pegaba un puñete en el ojo a Caszely y ni siquiera le puso amarilla. Después, expulsó a Leonel Herrera por tirarle levemente uno de los bigotes a Giachello.
La verdad la confesaron años después los jugadores de Independiente: hacían una "vaca" y arreglaban los arbitrajes. Treinta mil dólares costaba la gracia. Leonel Herrera lo denunció en su momento: "Los arbitrajes estaban comprados. Yo le dije al presidente Héctor Gálvez que eso nos iba a pasar, que teníamos que pagarle a los jueces. Pero él salió con el cuento de la honradez. Y nos jodieron".
Tratamiento similar recibió Universidad de Chile en la semifinal con River Plate en 1996. Ganaban los Millonarios 1-0 en Buenos Aires. Se escapó Valencia y Burgos lo derribó con un grosero combo en las costillas. Penalazo. Pero el ecuatoriano Alfredo Rodas dejó seguir argumentando una absurda ley de ventaja. Cristián Mora lo recuerda así: "Rodas fue todo el tiempo prepotente con nosotros. No nos dejaba reclamar, como que estaba muy seguro de lo que tenía que hacer. Cuando no cobró el penal a Valencia, quedó claro que lo habían arreglado".
Lo cierto es que, luego de ese partido, el humilde árbitro ecuatoriano Alfredo Rodas se compró una lujosa casa en Punta del Este. No la pagó él. "Alguien" desde Buenos Aires se puso con los dólares.
Viveza criolla
También en Chile nos hemos inventado algunas trampas, con resultados diversos. En la época de Unión Española, Luis Santibáñez tenía dos bolsas de agua. La de "cuello corto", para los jugadores chilenos, era un líquido puro, fresco y transparente. La de "cuello largo" era para los rivales. Adentro, además del agua, había un cóctel de purgantes y tranquilizantes.
En 1999, cuando Deportivo Cali iba al Estadio Monumental para enfrentar a Colo Colo, el chofer, curiosamente, se perdió. Los colombianos dieron vueltas durante largos minutos hasta que se pusieron nerviosos. Resultado: le dieron la zumba al conductor quien, finalmente, embocó en el destino.
En 1992, antes de que se enfrentaran Colo Colo y Barcelona en Santiago, cayó una copiosa lluvia. El piso tenía carpeta protectora, pero los dirigentes albos mandaron volcar el agua sobre la cancha y así suspender el partido. Al día siguiente aseguraron un estadio con más público.
En 1987, América de Cali fue a Calama y sufrió un arbitraje algo timorato de Romualdo Arpi Filho. Apenas se comió un penal gigante contra Gareca en el último minuto. Cuando el juez brasileño volvió al hotel, su cuenta había sido diligentemente pagada por Cobreloa.

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